ENTRE EL DERECHO Y EL EXCESO                              

Mauricio Andrés Soto Londoño, con tan solo 21 años ya estaba en las filas del
escuadrón más importante del país. Intervenir en protestas aún era una novedad, y como todos los días, su labor requería de fuerza e inteligencia.

Ese miércoles 30 de agosto del 2000, protestantes manifestaban por la visita del en ese entonces, presidente de los Estados Unidos, Bill Clinton. Como dice el viejo refrán, la protesta pasó de castaño a oscuro. Ese día volaron más de 500 artefactos entre papas bombas y bombas molotov.

Restablecer el orden público era el objetivo principal, lo único que quedó demostrado fue que la formación que se les brindaba a los integrantes del escuadrón no era la suficiente para intervenir en las manifestaciones.

En una decisión de segundos, el grupo de la fuerza disponible que atendía la
manifestación ingresó a la Universidad Nacional. Se dieron a la tarea de obtener el control sobre los manifestantes a la cabeza de Andrés Soto.

Las cosas no salieron como se lo esperaban. Una papa bomba cayó y todos los
integrantes del Esmad corrieron alejándose del peligro. Todos, menos Soto. Él cometió el error más grande de su vida, le dio la espalda a los manifestantes y allí un artefacto impactó en la parte trasera de su cabeza causándole de ipso facto la muerte.

Desde ese día, más de 400 policías del Esmad, han puesto la vida para exaltar su institución. Detrás de esa armadura hay seres humanos que también tienen sueños y aspiraciones. Todo es por amor a la patria.